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Historia viva
Nuestra Panadería
¿Sabías que a las mujeres llamadas Crecencia, en algunos pueblos de El Salvador, con cariño les dicen Chencha?
Ese apodo lleno de ternura y familiaridad dio nombre a este rincón cálido que hoy conocemos como Mamá Chencha.
Pero Mamá Chencha no es solo una persona. Es una historia viva. Es la abuela que, con manos llenas de harina y corazón lleno de sabiduría, enseñó a su familia el valor de las recetas heredadas, de los tiempos lentos y de la cocina hecha con amor.
Las Raices
Profundizan
Desde la primera quesadilla que horneó hasta el último salpor que preparó, Mamá Chencha dejó una huella de sabor, afecto y raíz. Hoy, esa esencia se mantiene viva en cada pan, en cada tortilla, en cada pupusa que servimos con orgullo. No es solo comida: es identidad, memoria, es el abrazo de una abuela que aunque ya no esté, sigue alimentando el alma de todos los que la recuerdan. Y como toda tradición viva, la historia de Mamá Chencha también ha sido tocada por nuevas manos generosas. Una de ellas es la de Isabel Alvarenga, una panadera salvadoreña radicada en Boston con más de 35 años de experiencia.


Enlazados
desde El Salvador
El apoyo
entre salvadoreños
Con sus consejos, su apoyo incondicional y su amor por la panadería, Isabel se convirtió en una guía esencial. A través de videollamadas, compartió su conocimiento, y semanas después, tras 25 horas de viaje, se conocieron en persona. En solo tres semanas, compartió todo lo que podía enseñar, sembrando en nuestra cocina nuevas ideas, variedades y técnicas que hoy enriquecen nuestra panadería.
Porque esto también es Mamá Chencha: un puente entre generaciones, entre sabores de antaño y nuevas recetas, entre quienes ya partieron y quienes siguen amasando con amor.